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Note from the Editor: To expand the journal’s accessibility, this review is being published in its original Spanish version followed by an English translation by Davis Sharpe and Nicole Halton.
Antes de la llegada de los europeos, muchos de los pueblos que habitaban el área cultural hoy conocida como Mesoamérica –entre los que sobresalen los Nahuas o Aztecas– solían emplear tiras de papel vegetal o de piel de animales plegadas en forma de biombo para registrar, a través de imágenes, conocimientos calendáricos y adivinatorios, cuentas catastrales y tributarias, genealogías, cantares y relatos históricos, entre otros muchos géneros más. Estos libros comenzaron a desaparecer con la imposición de la religión católica. No obstante, los mismos misioneros que pretendían erradicar la memoria de aquel pasado “pagano” se dieron cuenta de que necesitaban conocer ese pasado y que, para hacerlo, debían examinar el conocimiento depositado en aquellos antiguos libros y en las personas que sabían cómo interpretar su contenido. Así, algunos misioneros —en particular, los franciscanos y dominicos— emprendieron ambiciosos proyectos de investigación, los cuales llevaron a la creación de nuevos libros elaborados para un público europeo, pero en cuya elaboración continuaron participando sabios y artistas indígenas.
Boone dedica esta obra al estudio de estos fascinantes nuevos libros, y con ella, concluye una trilogía (Stories in Red and Black: Pictorial Histories of the Aztecs and Mixtecs, 2000; y Cycles of Time and Meaning in the Mexican Books of Fate, 2007) dedicada, entre muchos otros temas, al estudio de los códices mesoamericanos. Para delimitar su corpus, la autora tuvo en cuenta varias consideraciones: que los manuscritos analizados estuvieran asociados a proyectos de recopilación de información sobre el pasado indígena encabezados por europeos, que sus principales fuentes de información hubieran sido libros prehispánicos y que, en su formato final, tuvieran un componente altamente visual. De ahí que los llame descendants of Aztec pictography (“descendientes de la pictografía azteca”). Asimismo, la denominación de cultural encyclopedias (“enciclopedias culturales”) nace precisamente de que estos nuevos libros beben tanto de fuentes nativas como de la tradición enciclopédica medieval y renacentista y de que intentan —con diferentes extensiones y complejidades— dar cuenta de la religión, la historia, las costumbres y algunos otros saberes indígenas. Hoy día, estas “enciclopedias culturales” se han convertido en la principal fuente de información sobre el pasado prehispánico de los aztecas; sin embargo, constituyen también una ventana sin precedentes para adentrarnos en el mundo culturalmente híbrido en el cual vivieron sus creadores en el siglo XVI. No debemos olvidar que, además de los misioneros, participaron también en su preparación y manufactura informantes nativos, así como intelectuales y artistas indígenas, formados en las escuelas fundadas por los frailes y poseedores tanto de conocimientos sobre su propia tradición cultural y pictórica como sobre las artes liberales y mecánicas del Renacimiento.
A lo largo de ocho capítulos, Boone introduce al lector en el entorno intelectual y artístico en el cual se elaboraron estos documentos. Discute acerca de quiénes fueron o pudieron haber sido sus autores, describe con detalle su contenido y estructura, además de analizar otras de sus peculiaridades intrínsecas y de dedicar especial atención a la identificación de las manos de los escribas y pintores que participaron en los documentos. Su interés principal se centra en explorar cuáles fueron las relaciones que se establecieron, en el interior de cada documento, entre el texto consignado en caracteres alfabéticos y las imágenes de distintos tipos que los conforman, y en analizar cómo fueron cambiando o evolucionando dichas relaciones de documento en documento y de época en época.
En los primeros tres capítulos, la autora presenta y define su corpus, describe el contexto general en el que se produjeron las obras que se analizarán y hace un recuento de los estudios que se les han dedicado. Asimismo, describe los distintos sistemas de registro de origen europeo que llegaron a México en el siglo XVI, entre los que podemos contar la escritura alfabética, las imágenes figurativas, los esquemas nemotécnicos y los emblemas, y expone las principales características de la Aztec pictography (pictografía azteca): un sistema en el que se combinaban imágenes figurativas con otras de carácter simbólico, más algunos glifos que remitían a palabras específicas. Finalmente, explora la tradición enciclopédica europea y cuáles pudieron haber sido los modelos medievales y renacentistas de los proyectos de investigación emprendidos por los mendicantes en México.
Los capítulos 5, 6 y 7 constituyen el corazón de este estudio, y en ellos Boone describe y analiza nueve enciclopedias culturales del siglo XVI. El Códice Borbónico y el Códice Mendocino (explorados en el capítulo 5) destacan por su temprana fecha de elaboración, y por estar compuestos principalmente de imágenes –la mayoría en un estilo muy apegado a la tradición prehispánica– a las cuales se añadieron breves glosas explicativas en castellano. En el capítulo 6, la autora se acerca a dos conjuntos documentales. El primero, conformado por el Códice Telleriano-Remensis y su cognado el Códice Ríos o Vaticano A, y el segundo, por el Códice Magliabechiano y el Códice Tudela. En estos manuscritos, en la gran mayoría de los casos, se incorporaron imágenes copiadas por pintores indígenas de antiguos libros pintados de las cuales se consignaron explicaciones más profusas en castellano e italiano. Por su parte, las Historias de Durán y Sahagún, exploradas en el capítulo 7, son obras con aspiraciones y características distintas. Encabezadas respectivamente por un dominico y un franciscano y preparadas a lo largo de varias décadas de investigación y estructuración a partir de antiguos libros indígenas y la participación de informantes, intelectuales y artistas nativos, estas obras tienen pretensiones más enciclopédicas. En el caso de Sahagún, por ejemplo, se refleja un cambio en las relaciones entre el texto alfabético y la imagen, ya que en su obra las imágenes han pasado a ser ilustraciones del texto en caracteres latinos; si bien, aún estas ilustraciones contienen formas indígenas de concebir y plasmar conocimiento sobre el mundo. El capítulo 8, por su parte, reúne las reflexiones finales de la autora.
Las obras analizadas por Boone oscilan entre pictografías aztecas realizadas por demanda de europeos y ligeramente glosadas, y copias de antiguas imágenes explicadas en detalle, para acabar con obras europeas, en su concepción y organización, que continúan incluyendo imágenes elaboradas por pintores nativos, que en muchos casos aportan información complementaria o constituyen un discurso paralelo a aquel consignado en caracteres latinos. Asimismo, en los manuscritos estudiados, cambia la forma en que se hace explícita la presencia de sus autores europeos. Si bien todos los documentos analizados fueron fruto de investigaciones emprendidas por agentes del poder colonial (misioneros o funcionarios de la corona), en los dos primeros tipos de enciclopedias culturales analizados (capítulos 5 y 6), la información recopilada sigue muy de cerca géneros y estilos nativos, además de aparecer glosada de un modo un tanto neutral; mientras que en el tercer tipo, las Historias de Durán y Sahagún (capítulo 7) la información aparece organizada de acuerdo a parámetros de clasificación europeos, acompañada de paratextos en los que los misioneros dan cuenta de sus motivos y expectativas, y median entre el contenido de las obras y sus receptores últimos.
El libro de la profesora Boone reúne buena parte de la investigación que esta destacada mesoamericanista ha llevado a cabo a lo largo de las últimas décadas en torno a la escritura pictográfica azteca, los almanaques adivinatorios y algunos de los códices aquí explorados. Los especialistas notarán que la gran mayoría de las discusiones historiográficas se expone en las notas y que algunas polémicas incluso están ausentes. Por ejemplo, hubiera sido muy enriquecedor que la autora dedicara algunas líneas a la polémica actual en torno a la naturaleza de los componentes escriturarios (logo-silábicos) presentes en la pictografía azteca, pues mientras que, para algunos autores (v. g. Alfonso Lacadena García-Gallo, “New Research on the Aztec Script: A True Writing System”, en Tiempo detenido, tiempo suficiente, 2019: 143–61; Erik Velázquez García, “Silabogramas nahuas en tiempos de la Conquista”, Estudios de Cultura Náhuatl, julio–diciembre, 2019: 59–136), dentro de este sistema puede reconocerse un conjunto amplio de glifos que remiten a palabras y sonidos en una lengua determinada (el náhuatl en este caso), otros especialistas, entre los que se encuentra Boone, prefieren pensar estos elementos de un modo mucho más fluido. De ahí que la autora prefiera emplear términos como symbolic elements (“elementos simbólicos”) en vez de glifos o jeroglíficos en la gran mayoría de los casos. Asimismo, la forma en que la autora caracteriza la evolución del estilo de estas pictografías, las cuales van desde respetar cánones indígenas de representación a otros mucho más europeizados, se hubiera visto beneficiada si se hubiera incluido la discusión con otras obras (v. g. Pablo Escalante Gonzalbo, Los códices mesoamericanos antes y después de la conquista española, 2010), en las que se analizan otros documentos pictográficos elaborados por iniciativa de autores nativos, donde la adopción de convenciones europeas o indígenas, más que con una evolución temporal tiene que ver con las preferencias, los objetivos y los públicos a los que estaban dirigidos. No obstante, algunas polémicas importantes no solo aparecen en las notas, sino también en el cuerpo del texto—por ejemplo, la polémica relacionada con el esquema vertical de los niveles del cosmos del Códice Vaticano A, el cual es muy probable que provenga de modelos europeos; o la relativa al espinoso tema de la llamada “Crónica X” y su relación con la Historia del dominico Diego Durán.
En su conjunto, Descendants of Aztec Pictography es un libro cuidadosamente escrito y editado, en que los lectores podrán acercarse al estado de los estudios sobre estos nueve manuscritos mexicanos y a la forma en que, como conjunto, Boone los dota de sentido. Este es un libro hermoso para hojear, para leer, para aprender de él y para entrar en contacto, a través de sus páginas, con obras que fueron producto de un proyecto de dominación colonial y, al mismo tiempo, de peculiares experimentos de colaboración y autoría intercultural. Obras donde las taxonomías europeas y las preocupaciones de los misioneros encontraron un lugar para coexistir con saberes indígenas expresados a través de textos alfabéticos, pero, sobre todo, a través de coloridas y poderosas imágenes.
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Before the arrival of the Europeans, many of the peoples who lived in the cultural area known today as Mesoamerica—most notably the Nahuas or Aztecs—often used accordion-folded strips of bark paper or animal skin featuring images that record calendrical and divinatory knowledge, cadastral and tax accounts, genealogies, songs and historical events, as well as many other matters. These books began to disappear with the arrival and enforcement of Catholicism. However, the very missionaries who sought to eradicate the memory of that “pagan” past realized that they needed to understand that past and to do so, they had to examine the knowledge collected in those ancient books and held by the people who knew how to interpret their content. Thus, some missionaries—specifically the Franciscans and Dominicans—began ambitious research projects, which led to the creation of new books produced for a European audience, but still with the participation of Indigenous intellectuals and artists.
Boone dedicates this work to the study of these fascinating new books, and with it, concludes a trilogy (Stories in Red and Black: Pictorial Histories of the Aztecs and Mixtecs, 2000; and Cycles of Time and Meaning in the Mexican Books of Fate, 2007) dedicated to the study of Mesoamerican codices, in addition to many other topics. To define her corpus, the author had several criteria: the manuscripts analyzed must be connected with projects led by European agents to compile information about the Indigenous past; their main sources of information had to be pre-Hispanic books; and their final format must include a highly visual component. Thus the title “Descendants of Aztec pictography.” Similarly, the term “cultural encyclopedias” specifically comes from these new books that drew on both native sources and the medieval and Renaissance encyclopedic tradition; they sought—with varying degrees and complexities—to give an account of religion, history, customs, and other kinds of Indigenous knowledge. Today, these “cultural encyclopedias” have become the primary source of information about the pre-Hispanic past of the Aztecs, but they also provide an unprecedented window into the culturally hybrid world in which their creators lived during the sixteenth century. We must not forget that, in addition to the missionaries, native informants also participated in the preparation and creation process, as well as Indigenous intellectuals and artists, trained in the schools founded by the friars, who had knowledge both about their own cultural and pictorial tradition, as well as the liberal and mechanical arts of the Renaissance.
Over eight chapters, Boone introduces the reader to the intellectual and artistic environment in which these documents were created. She discusses who the authors were or might have been, describes the content and structure in detail, and also analyzes other inherent features, devoting special attention to the identification of the hands of the scribes and painters who participated in creating the documents. Her main interest is focused on exploring the relationships that were established, within each document, between the alphabetic texts and the various types of images created alongside them, as well as analyzing how these relationships changed or evolved from document to document, and from era to era.
In the first three chapters, the author presents and defines her corpus, describes the general production context for the works to be analyzed, and reviews the studies that have already been devoted to them. In addition, she describes the different European recording systems that arrived in Mexico during the sixteenth century, including alphabetical writing, figurative images, mnemonic devices, and emblems; she also describes the main characteristics of Aztec pictography: a system that combined figurative images with others that are symbolic, as well as some glyphs that referred to specific words. Finally, she explores the European encyclopedic tradition and which medieval and Renaissance models may have been used for the research projects undertaken by mendicants in Mexico.
Chapters five, six, and seven are the heart of this study, and in them Boone describes and analyzes nine cultural encyclopedias from the sixteenth century. The Codex Borbonicus and the Codex Mendoza (explored in chapter five) stand out for being among the earliest examples and because they are composed mainly of images—most in a style exemplifying the pre-Hispanic tradition—to which brief explanatory gloss were added in Spanish. In chapter six, the author delves into two documentary sets. The first includes the Codex Telleriano-Remensis and the related Codex Ríos or Vaticanus A, and the second, the Codex Magliabechiano and the Codex Tudela. The majority of the manuscripts incorporated images copied by Indigenous painters from old painted books, to which more detailed explanations were added in Spanish or Italian. Further, the Historias of Durán and Sahagún explored in chapter seven are works with different aspirations and characteristics. Led respectively by a Dominican and a Franciscan friar and created over several decades of research and structuring based on ancient Indigenous books and with the participation of native informants, intellectuals, and artists, these works have more encyclopedic intentions. In the case of Sahagún, for example, a change is seen in the relationships between the alphabetic text and the image, since here the images have become illustrations of the text rendered in Latin characters; nevertheless, these illustrations still contain Indigenous ways of understanding and expressing knowledge about the world. Chapter eight summarizes the author’s final reflections.
The works that Boone analyzes range from Aztec pictographies created at the request of European agents with limited glosses, and copies of ancient images explained in detail, ending with works representing a European approach in their design and organization that continued to include images created by native painters, which in many cases provide additional information or offer a parallel discourse to what appears in the Latin characters. Similarly, in the manuscripts studied, the way that European authors make their presence known changes. Although all the documents analyzed were the result of research undertaken by representatives of colonial power (missionaries or crown officials), in the first two types of cultural encyclopedias analyzed (chapters five and six), the information collected closely follows native genres and styles, supplemented by glosses that are quite neutral; while in the third type, the Historias of Durán and Sahagún (chapter seven), the information is organized according to European classification standards, accompanied by paratexts where the missionaries explain their motives and expectations, acting as mediators between the content of the works and their final recipients.
Professor Boone’s book brings together a large part of the research that she has carried out in recent decades as a leading Mesoamericanist on the subjects of Aztec pictographic writing, divinatory almanacs, and some of the codices explored here. Specialists will note that the vast majority of historiographical discussions appear in the notes, and that some scholarly debates are not addressed. For example, it would have been very rewarding if the author had included a few lines on the current debate regarding the nature of the (logo-syllabic) components of writing seen in Aztec pictography. According to some authors (for example, Alfonso Lacadena García-Gallo, “New Research on the Aztec Script: A True Writing System,” in Tiempo detenido, tiempo suficiente, 2019: 143–61; and Erik Velázquez García, “Silabogramas nahuas en tiempos de la Conquista,” Estudios de Cultura Náhuatl, July–December, 2019: 59–136), a broad set of glyphs within this pictographic system can be understood to refer to words and sounds in a specific language (Nahuatl in this case). Other specialists, including Boone, prefer to think of these elements in a much more fluid way. The author thus prefers to use terms such as “symbolic elements” instead of glyphs or hieroglyphs in the vast majority of cases. Likewise, the way in which the author characterizes the evolution of the style of these pictographies—which range from respecting Indigenous canons of representation to a much more European style—would have benefited from including other works in the discussion (for example, Pablo Escalante Gonzalbo, Los códices mesoamericanos antes y después de la conquista española, 2010), which analyze other pictographic documents created upon the initiative of native authors, where the adoption of European or Indigenous conventions has more to do with the preferences, objectives, and intended audiences of those who were directing their creation, than it does with a temporal evolution. However, some important scholarly debates do not only appear in the notes, but also feature in the body of the text—for example, the debate about the vertical framework of the levels of the cosmos in the Codex Vaticanus A, which very likely comes from European models; or the discussion of the thorny issue of the so-called “Crónica X” and its relationship to the Historia by the Dominican friar Diego Durán.
Overall, Descendants of Aztec Pictography: The Cultural Encyclopedias of Sixteenth-Century Mexico is a carefully written and edited book that allows readers to delve deeper into the studies of these nine Mexican manuscripts and the meaning Boone gives them as a whole. This is a beautiful book to leaf through, read, learn from, and to experience through its pages, works that were the product of a project of colonial domination and that were, at the same time, products of unusual experiments in collaboration and intercultural authorship. These are works where European taxonomies and the concerns of missionaries found a place to coexist with Indigenous knowledge expressed through alphabetical texts, but, above all, through colorful and powerful images.
Berenice Alcántara
Professor, Institute of Historical Research, National Autonomous University of Mexico (UNAM)